La verdad es que era pequeña para entender tanto el mundo de su alrededor, como el mundo interno. Carlota a sus nueve años no entendía lo que le pasaba; era un mar de dudas, cómo otros tantos en su lugar. A veces, en la radio, la televisión, en la calle o en boca de personas importantes y no tan importantes, había escuchado que aquello que crecía en su interior era tan solo una horrible enfermedad. Inocente, no quería que los demás pensaran que estaba enferma, y quiso ocultarlo, quiso enterrar
aquello que salía de su corazón, aunque a veces pensaba que era solamente su
razón cegada por esa enfermedad y/o desviación a la que los adultos siempre hacían referencia.
Con el tiempo, Carlota fue creciendo e infomándose de lo que le pasaba, buscó por internet y encontró que había psicólogos que trataban a gente con ese problema -Ella no quería ir a ningún psicólogo- también encontró que había países que hasta penaba “aquella enfermedad” y que no solo lo penaban con cárcel, si no que hasta con pena de muerte...
En su hogar pocas veces se habla sobre el tema, sin embargo, en la calle, en el colegio, lo que Carlota oía es que esa enfermedad era contagiosa. Ella no quería contagiar a nadie y siendo consciente de lo que hacía decidió callar por miedo, todos los sentimientos que afloraban en su interior. No sabía por cuanto tiempo pero era la única solución coherente en aquel momento. En realidad la aterraba esa situación, sentía un fuerte miedo al rechazo, de su familia y de sus amigos, de la gente de su alrededor en general. Quizá reprimiéndolo desaparezca, pensaba a veces Carlota.
Un día paseando con sus colegas, Carlota vio una pelea. Estaban agrediendo a un chico que tenía su enfermedad o eso le gritaban. Sus colegas echaron la vista hacía otro lado y siguieron hacía delante. Ella se quedó un instante mirando al joven, en su interior un aura de tristeza le golpeó fuertemente. ¿Qué podía hacer? Simplemente siguió de largo cabizbaja, empezó a sentir más vergüenza por eso que por tener esa supuesta enfermedad. Sus colegas empezaron a decir que ese joven se lo tenía merecido. Carlota callaba pero su interior estaba destrozándose a cada paso. Al llegar a casa intentó olvidarlo. A veces, odiaba tanto todo aquello que poco a poco se fue abriéndose una oscuridad en su interior.
Numerosas ocasiones fueron erosionando el ánimo de Carlota, quizá la que más le dolía era cuando los protagonistas eran su familia. En esa ocasión un tío suyo conversaba tranquilamente acerca de esa enfermedad: "Ojala pudiese diagnosticarse antes de nacer...quién tendría un hijo enfermo, quién querría un hijo así..."
Las palabras la golpeaban incluso más fuerte que la violencia física. En silencio, se fue rápidamente de allí. Cuando estuvo lo suficientemente lejos, Carlota comenzó a llorar.
Con el tiempo, Carlota fue creciendo e infomándose de lo que le pasaba, buscó por internet y encontró que había psicólogos que trataban a gente con ese problema -Ella no quería ir a ningún psicólogo- también encontró que había países que hasta penaba “aquella enfermedad” y que no solo lo penaban con cárcel, si no que hasta con pena de muerte...
En su hogar pocas veces se habla sobre el tema, sin embargo, en la calle, en el colegio, lo que Carlota oía es que esa enfermedad era contagiosa. Ella no quería contagiar a nadie y siendo consciente de lo que hacía decidió callar por miedo, todos los sentimientos que afloraban en su interior. No sabía por cuanto tiempo pero era la única solución coherente en aquel momento. En realidad la aterraba esa situación, sentía un fuerte miedo al rechazo, de su familia y de sus amigos, de la gente de su alrededor en general. Quizá reprimiéndolo desaparezca, pensaba a veces Carlota.
Un día paseando con sus colegas, Carlota vio una pelea. Estaban agrediendo a un chico que tenía su enfermedad o eso le gritaban. Sus colegas echaron la vista hacía otro lado y siguieron hacía delante. Ella se quedó un instante mirando al joven, en su interior un aura de tristeza le golpeó fuertemente. ¿Qué podía hacer? Simplemente siguió de largo cabizbaja, empezó a sentir más vergüenza por eso que por tener esa supuesta enfermedad. Sus colegas empezaron a decir que ese joven se lo tenía merecido. Carlota callaba pero su interior estaba destrozándose a cada paso. Al llegar a casa intentó olvidarlo. A veces, odiaba tanto todo aquello que poco a poco se fue abriéndose una oscuridad en su interior.
Numerosas ocasiones fueron erosionando el ánimo de Carlota, quizá la que más le dolía era cuando los protagonistas eran su familia. En esa ocasión un tío suyo conversaba tranquilamente acerca de esa enfermedad: "Ojala pudiese diagnosticarse antes de nacer...quién tendría un hijo enfermo, quién querría un hijo así..."
Las palabras la golpeaban incluso más fuerte que la violencia física. En silencio, se fue rápidamente de allí. Cuando estuvo lo suficientemente lejos, Carlota comenzó a llorar.
Con el paso de los años Carlota empezó a sentir que no podía sostener más aquella situación. Sintió que le daba igual si aquello que habitaba en su interior era tildado de enfermedad, y se dio cuenta reflexionado que era imposible que lo fuese, quizá era el mundo el que estaba equivocado, quizá era el mundo el que estaba enfermo. ¿Cómo podía ser posible que la gente expulsara tanta violencia sobre alguien que solo sentía amor en su interior? Algunos mayores que ella conocía hablaban de que solo era vicio, pero...imposible, aquello que anhelaba salir de su interior crecía dentro de ella desde mucho antes de conocer cualquiera de esos términos. Estaba tan dolorida por el paso del tiempo, por el mundo en el que vivía, ¿era realmente posible que algo tan profundo, bello y noble como los sentimientos que albergaba en su interior fuese tan dañino para la sociedad? No podía comprenderlo. Ella a la cual se le había educado en la fe, ¿cómo su Dios podía castigar a alguien tan bueno e inocente? Era imposible.
Había un recuerdo clavado en su memoria. Un día de tantos que pasaba en el instituto, Carlota vio como maltrataban e insultaban a Andrea, la chica por el cual todos estos sentimientos habían ido deslizándose desde su corazón hacía su alma. La rabia que desembocó en su interior esa imagen fue tremenda. De repente, Carlota se abalanzó hacia los agresores y por primera vez en toda su vida se metió en problemas. Como era de esperar los profesores llamaron a su casa, nadie comprendía como una chica como Carlota se había metido en peleas siendo una alumna excelente como era. Ella le explicó a sus padres el porqué y por primera vez en su vida ellos la apoyaron. Entonces más que nunca sintió que aquello que llevaba tantos años ocultando por temor y vergüenza no tenía motivos para esconderlo, que aquello que la invadía por dentro no era una enfermedad. Y se dio cuenta de que una parte de su interior llevaba razón, todos y cada uno de los sentimientos eran una reacción natural y hermosa.
A partir de aquello Carlota quiso romper con el mundo que se había creado por culpa de aquellos que no la entendían, liberó esa oscuridad y esa tristeza que la asolaba para darle hueco a su verdadero yo. Ese mismo día le confesó a Andrea lo que sentía por ella. Para su sorpresa Andrea también sentía lo mismo por otras chicas y en ella encontró una gran amiga y una gran cómplice. Andrea le contó a Carlota sus vivencias respecto al tema, en su gran mayoría desdichadas por no haber ocultado nada desde dónde su memoria alcanzaba. Le contó como algunas veces era maltratada por su condición, año tras año siendo insultada y discriminada. Sin embargo, también le contó como a pesar de eso, había luchado con fuerza por hacer entender al mundo lo que ahora Carlota entendía también. Con el paso del tiempo, Carlota se convirtió en pareja de Andrea, sus padres la comprendieron y sus allegados lo entendieron. Mentirían si dijeran que no hubo algún receloso que no lo hizo, sin embargo, fue a este al que miraron como a un enfermo, poco a poco todo su alrededor entendió que la verdadera enfermedad era la de aquel que veía odio y repudia dónde solo crecía amor.
A partir de aquello Carlota quiso romper con el mundo que se había creado por culpa de aquellos que no la entendían, liberó esa oscuridad y esa tristeza que la asolaba para darle hueco a su verdadero yo. Ese mismo día le confesó a Andrea lo que sentía por ella. Para su sorpresa Andrea también sentía lo mismo por otras chicas y en ella encontró una gran amiga y una gran cómplice. Andrea le contó a Carlota sus vivencias respecto al tema, en su gran mayoría desdichadas por no haber ocultado nada desde dónde su memoria alcanzaba. Le contó como algunas veces era maltratada por su condición, año tras año siendo insultada y discriminada. Sin embargo, también le contó como a pesar de eso, había luchado con fuerza por hacer entender al mundo lo que ahora Carlota entendía también. Con el paso del tiempo, Carlota se convirtió en pareja de Andrea, sus padres la comprendieron y sus allegados lo entendieron. Mentirían si dijeran que no hubo algún receloso que no lo hizo, sin embargo, fue a este al que miraron como a un enfermo, poco a poco todo su alrededor entendió que la verdadera enfermedad era la de aquel que veía odio y repudia dónde solo crecía amor.