lunes, 27 de febrero de 2017

Las Muñecas

Se encontraba en una estancia repleta de libros de todas clases: nuevos, antiguos, científicos, novelas, enciclopedias, de texto, de bolsillo…en el centro un gran escritorio en el que se hallaba una mujer, solo la tenue luz de una vieja lámpara alumbraba el papel sobre el que la mujer escribía despacio.

15 de Enero de 1990

Pequeñas fracciones de luz de la luna entraban por las rejillas de la celosía, alumbrando así mi pequeña habitación, que se hallaba en el silencio de la noche. Yo yacía placidamente durmiendo en mi cama, en frente de mi, la estantería donde guardaba todas mi muñecas, se erguía, había puesto tras los grandes muñecos y peluches, las odiosas muñecas de porcelana que mi madre me había regalado con entusiasmo por mi cumpleaños. Yo por mi parte las odiaba y por este motivo siempre las escondía tras mis otros muñecos. Cuando la luz del sol ya alumbraba casi por completo la habitación me desperté, eran las once, recogí mis lentes de la mesita de noche, me las puse y mire hacia la estantería, para mi sorpresa la muñecas de porcelana no estaban, me levante entonces un tanto extrañada, ¿dónde estarían? me preguntaba mientras caminaba, frotándome los ojos, por el pasillo que conducía a la cocina, al entrar vi a mi madre. Mi madre una mujer adulta, que siempre había sentido un especial interés por las muñecas de porcelana, pero que en su infancia nunca tuvo ninguna pues su familia no era muy adinerada, y estas muñecas valían mucho dinero por aquellos entonces. A pesar de eso había podido pagar unos estudios, y ahora trabajaba en una pequeña oficina de la ciudad. Mi padre por otra parte trabajaba de guardia forestal en la sierra cercana a nuestra casa. Junto a mi madre, estaba desayunando mi hermano mayor, Alberto, que tenia solo dos años más que yo.
-Mamá, ¿por qué no están las muñecas de porcelana en mi estantería? –Le pregunte a mi madre.
-Dejaste la ventana abierta ¿verdad? –Dijo entonces mi hermano Alberto- Es que no sabes que esas muñecas son mágicas, cobran vida con la luna llena. -He de reconocer que en ese momento la mentira de mi hermano me había engañado, pues anoche había luna llena y deje entre abierta la ventana.
-Alberto no engañes a tu hermana,-intervino entonces mi madre poniéndome el desayuno en la mesa- Rebeca las muñecas las he cogido yo.-Aliviada, seguí preguntando.
-Pero mamá ¿por qué te las has llevado?
-Sé muy bien que esas muñecas no te gustaban y para que las tengas hay escondidas, se las doy a tu tía que las colecciona. –dijo mi madre un tanto triste por tener que deshacerse de las muñecas.
-Sí, es verdad- Conteste yo muy alegre pues ya me había desecho de esas odiosas muñecas de porcelana, sus ojos claros y abiertos siempre me habían causado temor, e intentaba esconderlas para que las muñecas no pudieran vigilarme, algunas noches me habían parecido haberlas visto delante de mí abriéndose paso por los otros muñecos y vigilándome desde la altura. Pero por fin me había librado de ellas.
Después del desayuno y como todos los sábados, mi madre nos dejaba a mí y a mi hermano en casa de nuestra tía Elvira. Vivía a las afueras de la comarca en una gran casa de los años veinte. Las rejas un poco oxidadas y el gran portón de hierro forjado, dejaban ver muy poco el interior de la residencia. Al llegar, mi madre aparco el coche, nos bajamos y mi madre toco la campana que se hallaba junto al buzón, de la columna izquierda. Al instante el portón se abrió gracias a un moderno mecanismo que tía Elvira había instalado, hace poco. Entramos en el patio delantero del chalet,  un camino de piedra con grandes rosales de rosas negras, nacían a los extremos del camino, ante nosotros una grande y antigua puerta de madera de nogal. Mi madre toco el timbre y una anciana de aspecto cansado abrió despacio la puerta, sin duda era mi tía Elvira. 
- Buenos días queridos, pasad, pasad…-dijo Elvira con una voz un tanto apacible, tenía el pelo canoso, y quedaban pocos rastros de esos cabellos rubios que poseía en su juventud, para sus setenta años era una anciana bastante fuerte en salud, puesto que estaba totalmente sana, no era muy alta y sus ojos era color aguamarina, y también tenía algunas arrugas de expresión.
El vestíbulo, era estrecho y no muy grande,  había un viejo mueble con una gran  espejo que a veces me daba hasta miedo pues a su alrededor tenia representadas extrañas figuras, también un gran jarrón chino, (que Elvira compró en uno de sus peculiares viajes por el mundo). Le dimos mi hermano y yo los abrigos y ella los colgó en un perchero del vestíbulo, y continuamos andando hacia el salón. Esa estancia era la más grande de aquella casa, a su derecha había unas grandes escaleras, de madera, en frente de los grandes y cómodos sofás color rojo oscuro, había una inmensa chimenea, con grandes adornos…uno de cada lugar el cual había visitado, me encantaba la casa de mi tía Elvira por este echo, toda su casa estaba repleta de raros instrumento, graciosos adornos aunque he de reconocer que muchos de ellos me aterraban por la noche. También había una mesita de cristal donde siempre tomábamos la merienda, y una mesita auxiliar a lado de unos de los sillones con una gran lámpara rusa. También había en el salón un gran piano de cola negro. A veces Elvira nos tocaba una de sus composiciones. Que tanto gustaba a mi hermano (ya que Elvira era su profesora de piano) el suelo del salón lo recubría una gran alfombra que compro en  su último viaje a palestina (hace 5 años). Las cortinas de aquella habitación eran color rojo oscuro de terciopelo. Dejamos las mochilas en un rincón y Alberto y yo nos sentamos, mi madre le dio la muñeca a  Elvira y se despidió dándonos un beso, después se marcho.
-¡Que bonita es esta muñeca! Será mejor que la guarde antes de nada. ¿Queréis algo de desayunar? –Nos pregunto Elvira.
-Ya hemos desayunado, gracias. –Dijo Alberto.
-Muy bien ahora vuelvo.
-¿Puedo practicar con el piano tía Elvira? -Le preguntó.
-Claro será un placer ver tus avances. -Dicho esto Elvira se fue a la segunda planta y Alberto se dirigió al piano para tocar.
-Has mejorado mucho. –Le dije a mi hermano cuando éste empezó a tocar.
-Sí.
Al bajar Elvira aplaudió a Alberto, y este de un salto se bajo de la silla del piano.
-Sí es verdad que has mejorado.
-Y bueno, ¿qué os apetece hacer hoy? –Preguntó Elvira.
-Yo quiero escuchar más música, tía.  –Comento Alberto.
-Sí, pero una más movida para que  podamos bailar. –Propuse yo.
Muy bien, a ver, a ver… – decía mientras se acercaba a un mueble del salón que estaba repleto de libros y abrió un cajón para sacar unas partituras. –Ya sé. Venga.
Y empezó a tocar un precioso vals que ya había escuchado anteriormente, y que a mi hermano y a mí nos gustaba bailar. Empezamos a bailar, ni muy bien, pero tampoco tan mal, pues desde siempre nos habían enseñado a bailar ese tipo de música. Aunque no era el que se llevaba en aquella época. Y así nos pasamos toda la  mañana, hasta que llego la hora de almorzar, entonces cuando el reloj de cuco anuncio las tres Elvira paro de tocar, y nos preparo la comida mientras nosotros poníamos la mesa, en el comedor. Esta estancia era mucho menor en tamaño que el salón, pero no por ello pequeña, tenía una larga mesa de madera, y un mueble con toda la cubertería, y grandes botellas de vino y licores de todas clases. Después de la riquísima comida, fueron la invernadero que Elvira tenia tras la casa, era hermoso, estaba llena de plantas tropicales y frecuentes en nuestro país, También tenía pequeñas fuentes que lo hacían refrescar. Allí juguetearon con algunas plantas, mientras comentaban las nuevas noticias en la familia. Hablando y hablando pasaron el rato hasta las seis, que volvieron al salón, para que Alberto leyera algún libro mientras Elvira hacia sus tareas en la casa, y mientras yo me disponía a dibujar.

Siempre que me quedaba en su casa me iba dormir a una habitación al lado de otra que Elvira siempre cerraba bajo llave, pero esta vez quería ver su interior, como ese día era el aniversario de mis padres, Alberto y yo nos quedamos a dormir en casa de Elvira, esta era una gran oportunidad para mi de ver el interior de aquella extraña habitación. Cuando la noche calló, y después de que Elvira me arropara y me diera el beso de buenas noches, nos bendijo y salio de mi habitación cojeaba un poco y andaba despacio, era una anciana con mucha vida que en su juventud había vivido miles de aventuras y que cada día que nos quedábamos en su casa nos contaba una historia, recuerdo débilmente una de las historias que nos contó a mi y a mi hermano, un día de lluvia.
- ¿Sabéis por qué llueve? –Preguntó un día lluvioso mientras Alberto y yo mirábamos por la ventana.  
-Claro es porque el agua condensada en las nubes explota y el agua se derrama sobre nosotros… -contesto Alberto.  
-No, eso es lo que nos hacen creer siempre. –Y Elvira empezó a contarnos una de sus historias.
« Un día mientras estaba en uno de mis viajes por el occidente, descubrí un gran secreto y era el porque llueve. Me hallaba en la gran sala del ministerio cuando vi que unos cuantos hombres andaban de acá para allá muy alterados y sin que me viesen por el jaleo me colé en una extraña habitación, estaba muy oscuro, pero en medio de la oscuridad una pequeña luz se hacía en una espacie de pequeño jarrón invertido, dentro de éste unas pequeñas gotas de agua resbalan en él. Entonces escuche que alguien se acercaba yo rápidamente me escondí en la oscuridad y otros dos hombres muy trajeados entraron con una pequeña luz verde, alumbraron al jarrón y lo levantaron. Uno de ellos decía en voz alta -hoy debe de llover en Londres, pues todo esta muy seco- y cogieron el jarrón, abrieron la ventan y esparcieron unas gotas, después el otro hombre dijo en voz baja –Londres- y las gotas volaron hacía Londres, al poco rato sobre asolo en esa ciudad una gran tormenta, ya que después escuche la noticia en mi vieja radio. Entonces comprendí que es así donde se dice cuando y donde debe llover ».
Yo alucinada por la historia aplaudí a Elvira. Después de ese bonito recuerdo me levante despacio de mi cama. Mi habitación estaba totalmente decorada como los viejos cuartos de los años 20, salvo algunas de mis pertenecías que yo misma me había llevado, era una habitación muy sombría, en la cual siempre, (verano e invierno) hacía frío. Me dirigí hacía la puerta, y con sumo cuidado la abrí, crujió un poco al abrirse y despacio camine hacia la habitación.
La casa era un tanto lúgubre por la noche, los grandes objetos parecían figuras aterradoras y un mar de sombras impregnaba los largos pasillos. Al fondo se hallaba aquella puerta -como la abriría- pensé pero rápidamente me acorde que la llave siempre estaba guardada en una pequeña caja de colores estampados que Elvira guardaba en su alcoba. Así pues, continué primero hacia la habitación de ésta, abrí sigilosamente la puerta y me colé en su habitación, la anciana dormía placidamente y yo sin que ella notase mi presencia me moví hacia la cajita, la abrí y me fui como había llegado. Y otra vez llegue frente aquella y vieja puerta y con la llave la abrí, aquella habitación era asombrosamente aterradora. Estanterías y estanterías llenas de muñecas de porcelana de todas las clases posibles, yo que les tenia tanto susto me hallaba ahora en una habitación plagada de estas muñecas, con horror intente salir rápidamente de la habitación, ya que las muñecas parecían estar observándome,  pero sin querer tropecé y tire algunos de los muñecos que se hallaban en otra estantería que contenía otro muñecos pero que no eran de porcelana, estos al caer originaron un gran estrépito en el silencio de la noche, y Alberto y Elvira aparecieron de la oscuridad.
-No ve ¡te los has cargado!-Exclamo mi hermano.
-A sido sin querer lo siento yo solo quería ver lo que había en la habitación.
-¿no sabes que la curiosidad mato al gato? –Me preguntó Alberto y en ese momento empecé a llorar.
-Venga no a pasado nada. –Se le escucho a decir a Elvira -Pero debes de tener más cuidado si no quieres que estos muñecos se enfaden contigo.
-¿Enfadarse? -pregunte yo sin entender ni una palabra.
-Sí.  Os contare la historia pero después tendréis que ir a dormir.
«Cuenta una leyenda muy antigua, que unos muñecos, fueron maldecidos con la vida»
- ¿Maldecidos? ¿Pero no es así mejor? –Preguntó Alberto.
-Sí, maldecidos dejadme que continúe, y ya lo veréis.
« Maldecidos con la vida pues ellos nunca habían ansiado el vivir, ese deseo era rotundamente pedido por la otra clase de muñecos, las muñecas de porcelana, que encerradas en un cuerpo de muñeca de porcelana solo se limitaban a observar en enfurecidas la vida que ella tanto ansiaban. Pero cuando ellas se enteraron de que los otros muñecos habían sido obsequiados con la vida, ellas decidieron odiarlos por siempre y así los muñecos en vez de disfrutar la vida, siempre anduvieron amargados por la eterna lucha que tendrían con los otros muñecos de porcelana. Pero estás muñecas eran más listas de lo que parecían, ya que  una de las muñecas se rompió a posta para que juguetero tuviese que arreglarla, al hacerlo tuvo que usar otro material, y así también ella pudo gozar de vida, pero no la uso para eso si no para maldecir a los otros muñecos, los maldijo con una vida cruel, pues ella se propuso a hechizarlos para que las muñecas de porcelana pudiesen controlar la mente de los demás muñecos cuando estos tuvieran vida propia para hacerse con el control. Algunos muñecos luchan contra la maldición de está muñeca pero no todos pueden, por eso si haces daño a un muñeco  ellas se vengaran de ti, pero nadie a encontrado aún una solución para esto por eso yo las guardo con llave en esa habitación por que allí no pueden hacer nada, pero lo peor es que usan a los muñecos para que ellos sean los que hagan el mal y así, ellas gobernar los muñecos cuando nosotros los humanos destruyamos a todos los de más muñecos, ya que si tu ves que tu muñeco esta maldito lo normal es que te deshagas de el, pero claro no sabiendo que son las muñecas de porcelana las que son las verdaderas malhechoras  »
-¡OH! -Exclame yo al terminar mi tía la historia- ¿Pero entonces significa eso qué si aces daño a un muñeco este te lo ara a ti?
-Sí.
-Entonces ¿por qué no te desases de todas las muecas de porcelanas? –Le preguntó esta vez mi hermano. 
-Porque no son solo ellas…he dicho que no todos los muñecos se dejan llevar por ellas, había uno que no el cual era el mas maligno de todos,  y que al igual que las muñecas quería hacerse con todo, hacer el mal, a el no lo pueden controlar, para romper la maldición ahí que destruir ese muñeco. –Me contesto Elvira.
- ¿Y qué muñeco es? –Pregunte otra vez yo muy intrigada.
-No se sabe pero la leyenda decía que era un gran payaso.
-Ohh, un payaso que típico. – Dijo Alberto sin creerse la leyenda.
-Es solo una leyenda como ya he dicho. –Le dijo Elvira.
-Entonces ¿por qué encierras las muñecas? –Le volvió a preguntar Alberto.
-Porque las leyendas siempre tienen algo de verdad, si tu decides creerlas.
-Pues yo no, me voy  a dormir, aunque es una buena historia, tía. – y sonriendo se fue a su cuarto.

Después de que Elvira nos contara la historia me fui a dormir otra vez, pero después de un rato una sensación invadió mi cuerpo. Tenía los ojos fuertemente cerrados no quería abrirlos pues me aterrorizaba describir lo que vería si lo hacia me llene de valentía y los abrí, pegué un estruendoso grito, delante de mi, una figura grotesca: un gran muñeco, era un payaso, y estaba justamente delante de mi, el miedo me dejaba el cuerpo paralizado y el muñeco me miraba fijamente a los ojos, esa sensación, no podía describirla, tenia tanto pánico, me hallaba sola en la habitación con el muñeco, el corazón me latía tan fuertemente que creí que se me saldría del pecho, y él delante de mi se acerco aún mas, congelada del miedo cerré los ojos una vez más, pero notaba como la presencia del payaso estaba junto a mi, cada vez estaba más cerca, entonces pegué otro fuerte grito y me desperté. Estaba sola en mi oscura habitación, solté una carcajada nerviosa al ver que todo aquello había sido tan solo una pesadilla.

Cada vez los pasos se acercaban mas a donde yo estaba y cada vez mas mi respiración se agitaba esa sombra se hacía más grande conforme se acercaba a mi asustada solo podía escuchar en el silencio los pasos  y mi propia respiración y el corazón en mi pecho palpitando fuertemente, de pronto un gato negro maulló y la sombra apareció, no eras más que el gato, y los pasos eran los suyos que al andar hacían que crujiera la madera del desván multiplicando el ruido por tres, el gato salto hacia la ventana y sentado se quedo mirándome con los ojos abiertos, aliviada suspire y recupere el ritmo normal de mi respiración, sin mirar más al gato continúe mi paso.




Vicio

A su paso, oía las voces de reproche que tanto le perseguían. No les hacía mucho caso, aunque sabía que solo ellas les decían la verdad, una verdad cruelmente cierta, y es que no podía seguir como hasta ahora, casi no dormía por las noches, drogas, sexo, fiestas, cada vez peor, en ese momento no podía frenar aquella situación. A penas estudiaba en el instituto, no se explicaba como solamente había suspendido cuatro. Casi siempre acudía al centro con los ojos irritados y rojos, un tanto desorientado y la cara pálida, en esta temporada había pasado por alteraciones de su peso además de su conducta de vez en cuanto temblaba y sudaba sin ninguna razón aparente, solo él sabia que eso era por los efectos de la droga. Tal era su situación que había aprendido a no dormir, sacrificaba las noches para estudiar. ¿Qué hacía entonces por el día? Se pasaba las tardes en la calle, ¿Qué a donde iba? A cualquier sitio, algún suburbio oscuro, no eran lugares con alguna particularidad, es mas ni siquiera le gustaba ir allí pero acudía siempre que le llamaban. Aunque en el fondo quería dejar ese vicio no podía. Las noches de fiesta y desenfreno se convirtieron en costumbre.

El vicio lo arrastraba a un agujero sin fin. Iba por la vida como una sombra, no hablaba con nadie y si lo hacia siempre acababa en discusión. A penas comía o bebía, la droga le quitaba el hambre y la sed. Esa era la espiral de su vida. Su insomnio y su escasez de peso se le mezclaban con los síntomas de las drogas que tomaba y el trasnoche. Su sed solo se la quitaba el vicio,  cuando no estaba por las calles, tirado en algún banco con esa gente que lo acompañaba, o de fiesta nocturna (eran fiestas que lo dejaban aun más vacío pero de la que no podía huir) inyectándose, tomándose o esnifando aquella droga, se la pasaba delante de la pequeña pantalla, en la red.

No era extraño si le registrabas encontrarle alguna de aquellas pequeñas capsulas, las llevaba siempre consigo, dos o tres y hasta seis al día si la cosa iba muy mal. Una vez debido a una sobre dosis tuvo que ingresar por unos días en el hospital y al salir otra vez vuelta a empezar. “Vicio, Vicio, Vicio,  Vicio...” esas palabras las llevaba tatuadas en su piel y jamás podría despegarse de ellas.    









Diciembre Z. Parte Segunda

Tumbé un colchón tapando el ventanal del salón, comprobé que todas las persianas y cortinas estuviesen bien cerradas, luego volteé los armarios hacia estas para evitar que los infectados entraran, en unas horas mi piso se había convertido en un fuerte anti-infectados. Tras eso, me quedé por un rato agazapado en una esquina de mi piso, me encontraba abrumado. No podía volver a conciliar el sueño, pues nada más cerrar los ojos veía aquella cabeza saltando por los aires…Y todo esto solo parecía empezar. Jamás podría haber creído que algo que había visto en tantas películas de terror y acción podría suceder en la vida real.
De vez en cuando escuchaba pasos en el pasillo, casi no se atrevía a mirar por la mirilla… ¿qué sería de sus vecinos? ¿De sus amigos? ¿De sus familiares? …no tenía ni idea de nada. Respiró profundamente y se volvió a levantar.
Cogió una de las patas de una de las sillas del salón y le adhirió uno de los cuchillos en la punta con cinta americana, repitió esta acción con las demás patas. Así obtuvo unas cuantas lanzas que le serviría para combatir a esas criaturas desde una distancia más segura. Revisó la comida, ni por asomo tenía las suficientes provisiones como para sobrevivir en su piso, por tanto, aquel lugar ya mismo dejaría de ser su hogar. “Las autoridades recomiendan no salir de casa…” se repitió.
Si no se recomienda, es porque aún no es peligroso salir de casa…no al menos si estas armado. “Buah” Me disponía a realizar la tercera estupidez de la noche. Salir de nuevo de casa. La escopeta de plomillos de poco iba a servirme así que, cogí dos de las lanzas/estacas que había fabricado y el machete, y despacio y con sumo sigilo salí a la calle. La persona que había disparado al primer infectado debía de pensar que yo era un loco, o un imbécil más bien, tal vez no se equivocaba y yo me acercaba bastante más al típico torpe de película de terror, que al típico héroe que siempre salvaba al mundo…
Ya empezaba a amanecer y para mi sorpresa, esta vez yo no era el único viandante de la calle, vi algún que otro vehículo conduciendo rápidamente por las carreteras, y personas que con mascarillas y guantes (como recomendaban en la televisión) caminaban apresurados por la calle, también iban armados con armas caseras al igual que yo. Tal vez la epidemia o el brote o lo que fuese no había llegado hasta los barrios periféricos como el mío, quizás aquel muchacho infectado había sido el único al llegar tan lejos. De repente, observé a lo lejos como una pandilla de enmascarados rompían escaparates para robar todo lo que pudiesen de la tienda. Era un pequeño comercio de comestibles oriental, otras pandillas de jóvenes y no tan jóvenes también saqueaban otros comercios. Parecía que ya nada les importaba. Un coche patrulla local, de la comisaría cercana, patrullaba por el barrio, paró frente a mí.
-Vuélvase a su casa amigo. –Me dijo con una voz un tanto áspera– La calle ya no es un sitio seguro, y hace como media hora que se ha puesto en marcha el toque de queda. Solo podrá usted salir de dos de la tarde a cuatro de la tarde. Dicen que esa es la hora más segura para salir a la calle a reponer provisiones. –Me explicó mientras yo asentía cada palabra suya– Ah, se me olvidaba, no haga mucho ruido, parece que les atrae. –Y dicho esto siguió su camino.
Por eso estaba todo tan silencioso, ahora lo entendía. De camino a casa miraba hacia los edificios, algunas personas se hallaban vigilando acechantes desde sus ventanas. Sin venir a cuento, me vino a la mente la persona que había disparado a aquel tipo. ¿Debería buscarlo? ¡La unión hace el poder! Me repetí en voz alta. Así que, sin pensármelo dos veces, volví al punto exacto dónde habían matado aquel infectado (aún no sabía cómo denominar a aquellos seres) y miré hacia dónde me parecía que había sido el lugar de procedencia de la bala. Acto seguido zarandee los brazos de un lado para otro como señal. Estuve así un buen rato, a decir verdad era una imagen bastante patética la mía, pero era una situación en la que el patetismo no importaba.
Al final, mis señales obtuvieron respuesta, y de uno de los pisos divisé un haz de luz verde incandescente. Me acerqué al portal, una voz ronca me invitaba a subir, y así lo hice. Tras subir las escaleras y sin saber a qué puerta debía llamar, una de ellas se abrió de un modo un poco lúgubre.
-Adelante.
Se escuchó una voz no tan ronca como la del porterillo, y un tanto aterciopelada provenía de una sombra que había retornado al interior de la casa.
-No deberías haber sido tan imprudente está mañana, por tu culpa un poco más y en vez de tener que matar a un zombi habría tenido que matar a dos, y no estamos como para derrochar balas ¿sabes? –Hablaba de una manera muy tosca, como una madre que regaña a su hijo pequeño.
-Lo…lo siento. –Dije tartamudeando un poco.
-¿No te mordería o algo antes de que lo matase no?
Negué con la cabeza, aunque no pareció verme por lo que repetí la negación con sonidos.
-Muy bien. Voy a examinar que realmente no estés contagiado.
De la penumbra salió una chica joven, tendría mi edad o un par de años más.
Se acercó a mí, llevaba puestos unos guantes azules de látex y sostenía una pequeña linterna. Me observó los ojos, la garganta, me giró la cabeza a uno y otro lado, me levantó los brazos…una exploración en toda regla. Casi me puse rojo de tal minuciosa observación.
-¿Estás aquí sola? –Pregunté un poco confuso.
-Sí. Mi padre murió hace años y mi único hermano está en Alemania trabajando de enfermero con mi madre. Yo acabé hace poco de estudiar en la universidad. Como puedes observar soy aficionada a las armas. –Esto último lo dijo señalando a un harén de armas que tenía en su casa, al menos había unos tres tipos de escopetas y varias pistolas– No te preocupes, no soy una psicópata o algo así, tengo licencias de cada una de ellas, todo en regla. Tantos videojuegos al final han servido para sobrevivir a las epidemias zombis como esta.
Zombi, otra vez aquella palabra, le resultaba tan irreal que una epidemia de zombis asolara en esos momentos media parte de Andalucía.
-¿Sabes que magnitud ha alcanzado todo esto?
-Preguntas mucho, parece como si no vivieses en la tierra, ¿acaso aún no te has enterado de todo lo que está pasando? –Parecía que volvía a regañarme.
-He visto un rato la televisión.
La joven muchacha rió y siguió hablando.
-Un rato la televisión…­–Cogió entonces un portátil que tenía a mano, lo abrió y empezó a buscar información en buscadores extranjeros y en youtube– Mira esto.
-Se está extendiendo rápido, muy rápido, cada vez lo es más. En unos 4 o 5 días hay más de medio millón de infectados, a primera hora de la noche solo había 10.000…pero es que cada infectado contagia sin saberlo a otros tantos, y lo peor, los zombis, muerden a todo el que les pilla en su camino. Cada zombi a la hora podría morder a yo que sé ¿50? Si no se le frena, y según he leído, cuando uno de ellos te muerde la transformación en zombi es más rápida, así que sí en la calle hay tanto miles de zombis y cada uno de ellos muerde a unos 50 imagínate la gravedad del asunto mañana a esta misma hora. Está pasando de una manera pasmosamente rápida, más de lo previsto por el gobierno central, no pretendo asustarte chico, pero esta historia puede acabar muy, muy mal. Ya han trasladado a todo el ejército de España en plan frontera alrededor de Andalucía, aeropuertos, estaciones, puertos…todos están cerrados, las carreteras controladas por la policía, los legionarios y soldados de la base de Morón se han desplazado a Sevilla y a cercanías de Málaga, tienen orden de que nadie salga de aquí. De que esta enfermedad o lo que sea, no salga de aquí. ¿Entiendes lo que significa eso?
Se hizo un gran silencio y  volvió a poner las noticias en internet.
Las fuerzas antidisturbios están preparadas en Sevilla para disparar ante estos seres que, por la información suministrada, es imposible de curar
“Una persona contagiada en primera fase, es imposible de detectar sin un análisis de sangre. Las fuerzas de seguridad no han podido mantener la cuarentena del hospital, el personal está contagiado en su totalidad. El foco esta expandiéndose a una velocidad vertiginosa. Sevilla se ha envuelto en una ola de conflicto y violencia, más que una epidemia, es una plaga…y solo han pasado 5 días…desde el primer contagio…”
“La OMS, la CCS  y las ONU, ponen en cuarentena la India, país de origen de la epidemia. El gobierno español, por la presión nacional e internacional, coloca una frontera de emergencia en todo el territorio andaluz, puesto que solo ahí se han detectado casos de esta epidemia. Debido a la “rapidez” del contagio, del cual aún no se sabe de qué manera se propaga y al no poder poner una solución, aeropuertos, estaciones marítimas, red de trenes, de carreteras y de autobuses quedan cerradas. Se alerta a la población de que no cunda el pánico. Dispositivos militares de Andalucía se ponen en alerta y ayudan a vigilar la nueva frontera. Nadie puede salir de allí, ni nadie podrá entrar, para guardar el orden en la comunidad autónoma están las fuerzas de seguridad del estado, permanezcan en sus casas, no salgan a no ser que sea para buscar provisiones. Se alerta de un toque de queda. La nueva hora de salida será de tres de la tarde a cuatro de la tarde, quedando pues prohibido que salga en las horas restantes de sus respectivos hogares o refugios; quién no respete este toque de queda, quedará expuesto a riesgo grave de infección o de lesión mortal por parte de las fuerzas de seguridad y orden”
-Básicamente te pegarán un tiro si te ven en la calle…–Comenté– Dios mío… –Seguí– ¿Cómo es posible que pongan en cuarentena un país? La India ni más ni menos… ¿Qué es esto?
Aquella mujer hacía caso omiso a mis comentarios, mientras solo ponía noticias y videos de internet, videos demasiados impactantes para mi, en aquel momento, estaba poniéndome malo.
“Parece que hay un momento en el que les da como…un infarto cerebral o algo así, entonces la persona muere, y al instante…renace. ¡¡Lo que oyen, renacen, esas personas se convierten en zombis!!
“Las primeras horas son primordiales, se ha detectado que son en estas horas cuando estos seres solo muerden... es como si quisieran contagiar a todo el mundo. Pasada esa ola de violencia incontrolable solo se dedican a…comer…”

Tantas noticias e imágenes me abrumaban la mente, la situación era irreal. Salí corriendo sin mirar atrás de la casa de aquella muchacha, escuché que me llamaba pero no hice caso alguno. Todo esto debía ser una mala pesadilla, sí, seguro que era eso, no podía suceder lo que estaba sucediendo, simplemente era imposible.

sábado, 25 de febrero de 2017

Diciembre Z. Parte Primera


H
acía frío, mucho frío, algo normal pues estábamos en vísperas de Nochebuena. Las calles estaban impregnadas de esa magia y alegría que siempre bañan la navidad. A pesar de todo, no sé, tenía una extraña sensación, “arg” ¡ya empezábamos con los malos presentimientos en estas fechas! Pero…realmente, no podría explicarlo con palabra alguna.
Era una tarde como cualquier otra, no había nada de especial, o…tal vez sí, si nos fijamos en los pequeños detalles… ¿será qué estoy volviéndome loco? Intenté disipar aquellos pensamientos. Conecté la radio. Parecía que había ocurrido un suceso algo fuera de lo normal en un pueblo pequeño cerca de Sevilla,  no sé qué de un loco que se había escapado o yo qué sé, apenas le presté atención. Estaba agobiado, ¿qué coño pasaba? Me di una ducha caliente, tal vez eso funcionase mejor que la radio.
Y exacto, me calmé un poco y bajé a la calle a cenar algo. Los pájaros revoloteaban de una manera anormal, como el principio de una mala película de suspense. Sentía como si todos murmurasen sobre algo, pero no quise preguntar, en el fondo, temía que mis presentimientos fueran certeros.
A la mañana siguiente, la ciudad se despertó como de costumbre, con ese aire alegre navideño, esperaba que con el comienzo de otro día mis preocupaciones desaparecieran. El cielo estaba un poco nublado, parecía que iba a llover, “será mejor que eche el paraguas” pensé. Había algo en la atmósfera, un ambiente raro entre la gente. ¡Vaya!, aquella sensación extraña me seguía acompañando un día más. Pasé el día de aquí para allá como siempre, hice la compra y me recosté en el sofá, finalmente me quedé dormido.
Sobresaltado me desperté. ¡Mira qué hora es! Había quedado con mis amigos y ya llegaba tarde, me puse la cazadora y me fui con prisa. Era bonito ver las calles en aquella época del año, todo tan adornado, todo tan maravillosamente feliz, aunque para ser un sábado, las calles del centro no estaban tan concurridas como lo solían estar. Los niños correteaban despreocupados, los amigos se echaban fotos…parecían tan ajenos a su alrededor, mas a mí me perseguía aquella lóbrega sensación. Entramos a un café de moda, estaba un poco vacío. Mis amigos hablaban de un brote de gripe o algo que estas navidades empezaba bastante fuerte, la verdad es que el tema no me interesaba demasiado, últimamente había desconectado un poco del mundo. A pesar de estar bastante acompañado, no pude dejar mis tribulaciones de lado aquella tarde noche, así que me fui temprano para casa. Al salir del café, parecía como si toda la gente se hubiese resguardado en su casa. Lo que no ayudaba absolutamente nada, en que mi mal presentimiento se disipara, “Digo yo qué será por la gripe esa… ¡qué exagerada es la gente en esta ciudad…!” pensé tranquilizándome.
Hasta bien entrada la noche no conseguí conciliar el sueño, los pensamientos me atormentaban. De repente, un gran estruendo me despertó a eso de las cuatro y media de la madrugada. Me levanté sofocado, sudando, en mi habitación todo parecía tan normal, nada parecía estar fuera de su sitio, ni el más ligero y pequeño detalle. Aún somnoliento pero con el corazón latiéndome fuerte contra mi pecho, me asomé a la ventana. Un automóvil había impactado con el comercio de enfrente. Aliviado y preocupado a la par, observé si había alguien en la calle que pidiese ayuda, pero nadie parecía percatado de aquel accidente, todo estaba tan desierto…tampoco salía nadie del coche; así que busqué mi móvil y llamé a la ambulancia, era bastante extraño, la línea estaba colapsada.
Volví a mirar por la ventana, ¡oh por fin! Alguien salía a duras penas de aquel machacado automóvil, estaba como adormilado…por lo que pude ver, estaba bastante pálido, debía haber perdido mucha sangre, tenía heridas y magulladuras por todo el cuerpo, caminaba sumamente lento; entonces, hice algo que jamás debí hacer. Abrí la ventana, había una brisa helada, helada y húmeda, de esas que se te meten en los huesos, me eché un poco para atrás y comencé a llamar a aquel tipo. Fue un instante solamente. De pronto, es como si hubiese reaccionado, como si se hubiese despertado de su letargo, aquel tipo pálido de aspecto moribundo empezó a correr hacía mi ventana. Pegué un respingo y cerré la ventana de un golpe, casi por inercia me escondí tras la pared. Volví a mirar despacio por la ventana, quería seguir los pasos de aquel insólito personaje. Había dejado de correr, se hallaba parado en mitad de la calle, de repente cayó de bruces al suelo y comenzó a expulsar un extraño líquido negruzco por la boca. Sinceramente, me acojoné en aquel momento, ¿qué le estaría pasando? ¿Necesitaría de mi ayuda, y yo, en un ataque de miedo irracional, atormentado por ideas absurdas, no había sido capaz de bajar a la calle a ayudarlo? Salí de mi ensimismamiento, y miré de nuevo hacia la calle, el muchacho ya no estaba.
Sin pensarlo y aún en pijama bajé deprisa a la calle, miré de lado a lado, no había nadie, todo estaba absolutamente muerto y un silencio sepulcral reinaba en la ciudad. Los semáforos se tambaleaban por el viento, al igual que las lucecitas que se acostumbraban a poner en navidad, y algunas de las farolas colindantes tintineaban, ¡ahora si qué no entendía nada! ¿Dónde estaba todo el mundo? Vale, eran las cinco de la mañana, pero a esa hora solía haber coches y viandantes que comenzaban su jornada laboral, o algún borracho que llegaba ahora a su casa. Pero aquella noche, no había absolutamente nadie.
Cuando ya me di por vencido, y me disponía a subir de nuevo a casa, el hombre apareció de la nada. Me di la vuelta y lo observé. Tenía rastros de vomito negro por la boca y el cuello, su rostro era de un color canela pálido, aún tenía sangre chorreándole por la cara y el cuerpo bastante destrozado, parecía que intentaba decir algo, o simplemente murmuraba palabras sin sentido. Caminaba lento, casi parecía que le costaba trabajo mover su propio cuerpo, hasta tal punto que más bien parecía que iba arrastrando sus piernas en vez de moverlas para caminar.
Estaba a una distancia considerable de mí, pero cada vez se acercaba más y más, mientras yo me hallaba ahí de pie, sin moverme. Había momentos en que parecía que le daban pequeñas convulsiones, y estiraba el brazo hacía dónde yo estaba, como un vago intento por alcanzarme o pedirme ayuda. Cuando estuvo lo bastante cerca logré verle su mirada, sus ojos inyectados en sangre, pupilas diminutas y su iris enrojecido también.
Intente huir, pero mis piernas no reaccionaban a la orden que le mandaba mi cerebro. Estaba paralizado. Sin previo aviso, un disparo brotó del silencio y le dio de lleno en la cabeza, pude percibir hasta los trozos de cerebro y carne saliendo por los aires, “CORRE” se escuchó de entre la oscuridad, y sin que me diese tiempo a procesar la información, salí corriendo como alma que lleva al diablo hacia mi casa. Estaba nervioso, demasiado. Se me cayeron  las llaves y no lograba encontrar la correcta, abrí y cerré de un portazo. Apoyé el cuerpo contra la puerta, y me desplomé. Allí estaba yo, un hombre adulto agachado junto a la puerta de su casa, con un montón de interrogantes en la cabeza, respirando entrecortadamente, asfixiado por la carrera y aún en shock por lo que había sucedido.
Volví en sí, me levante de un respingo, y sin saber muy bien que hacía aún, empecé a rebuscar armas en mi casa. ¿De quién era aquella voz? ¿Quién observaría la escena desde su ventana con una escopeta cargada? ¿Qué sabían los demás que yo no supiese? Apagué todas las luces y rejunté todas las armas que pude en la mesa del salón, había cuchillos, navajas, un machete, una daga (que compré en un viaje a Toledo) y cogí hasta la carabina de aire comprimido y el tarro con perdigones. Observé rápidamente mí alrededor, ¿Qué más podría utilizar como arma? No tenía ni idea, no obstante, ya tenía demasiadas…a decir verdad nunca sería demasiado, pero debía prevenir una rápida y ligera huida en caso de emergencia. Espera. Todavía no sabía ni lo que estaba pasando y por primera vez se me ocurrió poner la televisión. Estaba en todos lados, en todos los canales.
“Las autoridades, aún no saben qué es, se recomiendan no salir de casa, no salir de casa…en el caso de tener que salir, llévense puesta una mascarilla y guantes, toda protección es poca…”
“Una extraña enfermedad, proveniente de un hombre que viajó a la india recientemente…”
“Los hospitales Virgen del Rocío y Virgen Macarena de Sevilla han sido puestos en cuarentena al igual que el Virgen de la Victoria de Málaga…”
“No deben preocuparse todo está controlado”
“Es un castigo de nuestro Señor, algo diabólico entra en el cuerpo de los pecadores, es el inicio del apocalipsis”
“Estábamos allí, sí allí, de pronto vino una mujer, que si, era una mujer pero, parecía como si hubiese sufrido un accidente, una enfermedad o algo, tenía la cara descompuesta  y los ojos rojos, de pronto se abalanzó sobre aquel otro tipo, era increíble ¡le mordió! Sí, sí, le mordió, ¡le arranco el brazo a mordiscos! Era como si tuviese la rabia o algo raro”
“De pronto empezó a echar espuma por la boca, yo estaba en un banco de la calle y lo grabé todo”
 “Está extraña enfermedad se propaga con suma rapidez, pero se ha descartado que se transmita por el aire…”
“Parece ser que solo se ha detectado en unas pocas localidades del sur, las autoridades han cercado toda la zona infectada, perímetro de seguridad lo llaman, una especie de frontera bordeando toda Andalucía, para prevenir que se extienda al resto de la península”
“No se han detectado casos en otros países. El gobierno ya se ha puesto en contacto con el primer ministro de la India”
“Noticia de madrugada: todos los vuelos provenientes de ciudades andaluzas o con destino a estas, han sido cancelados, al igual que la red ferroviaria y la red de autobuses, así mismo se cancela también el transporte público entre ciudades por el alto riesgo de infección”

Apagué la televisión. No podía creer lo que estaba viendo y escuchando, no podía creer lo que estaba pasando. Cogí una gran mochila de campamento y empecé a meter provisiones, toda la comida envasada que tenía en casa, a llenar de agua distintas botellas… aquel día no había comprado el pan… ¿el pan? ¿¡Acaso era ese el momento de pensar en si había o no comprado el pan aquel día!? Es curioso como las personas se ponen a pensar en semejantes tonterías en momentos de pavor.  Además de pensar en esas tonterías, andaba de un lado para otro de la casa, haciendo cosas sin saber el porqué, entonces, ¡ARG! le propine una patada a la pared y fui al cuarto de baño, me enjuagué la cara con agua fría. Debía de pensar con calma, con frialdad. Aún no eran ni las seis de la mañana. ¿Qué debía hacer? ¿Construir un fuerte en mi piso? ¿Huir? Pero... ¿huir a dónde? Mi familia no estaba en aquella ciudad. 

La fábula de las serpientes de Batatá


B
atata era un reino muy soleado con un lago inmenso dónde unos esplendidos patitos vivían felizmente entre sus aguas. Batata también tenía un gran bosque, dónde animalitos de todas clases convivían en armonía.
Había dragones en sus montañas y ogros en sus cuevas, serpientes bajo las rocas, conejitos en sus madrigueras y cervatillos en las laderas. También había grandes y bellos árboles que impregnaban de hermosura el paisaje de Batata.
Los patitos y los dragones siempre se llevaron bien, unas y otras especies jugueteaban a menudo en las cercanías del lago.
Las serpientes siempre habían tenido envidia de esa relación tan buena de los dragones y los patitos, porque hacia ellas siempre había un gran recelo. Nadie se llevaba bien con las serpientes de Batata salvo los ogros de las cuevas.
Un día, la reina de las serpientes fue arrastrándose hacia las cuevas para ver al jefe ogro. La reina serpiente estaba muy enfadada ella también quería ir al lago, y volar con los dragones. Por eso, le pidió al jefe ogro que organizase un concurso, en el que participase los dragones, los patos, los ogros y las serpientes.
El ganador de aquel concurso podría disfrutar del lago con tranquilidad durante un batatino, mientras que el perdedor tendría que seguir las órdenes del ganador.
Aunque mamá patito no vio con buenos ojos aquel concurso, a los dragones (orgullosos que eran) les hacía mucha ilusión participar y así podrían descansar de las serpientes una buena temporada si ganaban, ya que estaban todo el día incordiando en el lago.
El jefe ogro siempre vio el rechazo de las serpientes por parte de todos, y no le gustaba nada; por ello, la reina serpiente y el jefe ogro, acordaron hacer trampa para que uno de ellos ganase el concurso.
El juez del concurso sería el abuelo liebre. El era una liebre sabia e imparcial.
El concurso consistía en que había que encontrar tres objetos escondidos por el bosque, que el abuelo liebre había ocultado, pero sin saber que una de las serpientes estaba espiándole todo el tiempo, para soplarles luego las ubicaciones de los objetos a ogros y serpientes.
En el concurso participaron tres patitos, dos dragones, tres serpientes y dos ogros. Cada uno, tenía un mapita que abuelo liebre había hecho. El primero de todos que encontrase los tres objetos ganaría.
Cuando el concurso se dio por comenzado todos y cada uno empezaron a guiarse por el mapa, mas, los ogros y las serpientes ya estaban al tanto del lugar, y mientras unas y otros se encargaban de despistar y entorpecer la búsqueda de los dragones y de los patitos, un ogro junto con una serpiente fueron directamente a dónde se encontraban los objetos.
Como era de esperar, ganaron el concurso y los dragones y los patitos se sintieron muy disgustados. No tendrían más remedio que cederles el lago un batatino entero a las serpientes.
Al día siguiente, las serpientes muy contentas y llenas de ilusión intentaron juguetear allí, con otros patitos y algunos dragones como estipulaba la recompensa del concurso.
Pero ellos no tenían ganas, no se llevaban bien con las serpientes, y simplemente lo hacían por obligación. Una de las serpientes se enfado con uno de los patitos por su desgana y le picó. El patito se fue llorándole a mamá patito, y el dragón le dijo que no podía hacerles eso, y que, aunque tuviesen el lago, no jugarían más con ellas.
Las serpientes se fueron tristes hacia el bosque después de aquel día, ellas solo querían jugar con ellos como los demás. ¿Por qué nadie quería?
Al cabo de un rato, el abuelo liebre descubrió a la reina serpiente llorando en un lugar apartado del bosque.
-¿Por qué lloras? -Le preguntó.
-Nadie quiere jugar con los de nuestra especie. Ni si quiera por haber ganado el concurso. –Dijo la reina serpiente llorando.
-No puedes obligar a nadie a jugar contigo. –Le contestó.
-Pero…yo solo quiero jugar con ellos también.
-Debes hacerles ver que no sois mala como todos piensan, que a pesar de vuestro carácter solo queréis jugar como juegan los patitos y los dragones. – Le aconsejó el abuelo liebre.  
-Pero… ¿cómo? –Preguntó desconsolada la reina serpiente.
-Dejadles que vean como sois de verdad.
En aquel momento, la reina serpiente se seco las lágrimas y fue a buscar a la mamá patito, y le contó toda la verdad, que solo quería jugar con ellos, y que en el fondo no eran malas como la fama decía.
Mamá patito miró a los ojos a la reina serpiente y vio que lo que decía era verdad, y que a pesar de las apariencias guardaban un corazón bondadoso. Entonces  habló con los demás patitos y con los dragones. Ya no hacía falta concursos, ni peleas, todos intentarían jugar juntos en paz, porque aunque parecieran malas, la verdad era que solo querían disfrutar como todos los demás.