Se encontraba en una estancia repleta de libros de todas clases:
nuevos, antiguos, científicos, novelas, enciclopedias, de texto, de bolsillo…en
el centro un gran escritorio en el que se hallaba una mujer, solo la tenue luz
de una vieja lámpara alumbraba el papel sobre el que la mujer escribía
despacio.
15 de Enero de 1990
Pequeñas fracciones de luz de la luna entraban por las rejillas de
la celosía, alumbrando así mi pequeña habitación, que se hallaba en el silencio
de la noche. Yo yacía placidamente durmiendo en mi cama, en frente de mi, la
estantería donde guardaba todas mi muñecas, se erguía, había puesto tras los
grandes muñecos y peluches, las odiosas muñecas de porcelana que mi madre me
había regalado con entusiasmo por mi cumpleaños. Yo por mi parte las odiaba y
por este motivo siempre las escondía tras mis otros muñecos. Cuando la luz del
sol ya alumbraba casi por completo la habitación me desperté, eran las once,
recogí mis lentes de la mesita de noche, me las puse y mire hacia la
estantería, para mi sorpresa la muñecas de porcelana no estaban, me levante
entonces un tanto extrañada, ¿dónde estarían? me preguntaba mientras caminaba,
frotándome los ojos, por el pasillo que conducía a la cocina, al entrar vi a mi
madre. Mi madre una mujer adulta, que siempre había sentido un especial interés
por las muñecas de porcelana, pero que en su infancia nunca tuvo ninguna pues
su familia no era muy adinerada, y estas muñecas valían mucho dinero por
aquellos entonces. A pesar de eso había podido pagar unos estudios, y ahora
trabajaba en una pequeña oficina de la ciudad. Mi padre por otra parte
trabajaba de guardia forestal en la sierra cercana a nuestra casa. Junto a mi
madre, estaba desayunando mi hermano mayor, Alberto, que tenia solo dos años
más que yo.
-Mamá, ¿por qué no están las muñecas de porcelana en mi
estantería? –Le pregunte a mi madre.
-Dejaste la ventana abierta ¿verdad? –Dijo entonces mi hermano
Alberto- Es que no sabes que esas muñecas son mágicas, cobran vida con la luna
llena. -He de reconocer que en ese momento la mentira de mi hermano me había
engañado, pues anoche había luna llena y deje entre abierta la ventana.
-Alberto no engañes a tu hermana,-intervino entonces mi madre
poniéndome el desayuno en la mesa- Rebeca las muñecas las he cogido
yo.-Aliviada, seguí preguntando.
-Pero mamá ¿por qué te las has llevado?
-Sé muy bien que esas muñecas no te gustaban y para que las tengas
hay escondidas, se las doy a tu tía que las colecciona. –dijo mi madre un tanto
triste por tener que deshacerse de las muñecas.
-Sí, es verdad- Conteste yo muy alegre pues ya me había desecho
de esas odiosas muñecas de porcelana, sus ojos claros y abiertos siempre me
habían causado temor, e intentaba esconderlas para que las muñecas no pudieran
vigilarme, algunas noches me habían parecido haberlas visto delante de mí
abriéndose paso por los otros muñecos y vigilándome desde la altura. Pero por
fin me había librado de ellas.
Después del desayuno y como todos los sábados, mi madre nos
dejaba a mí y a mi hermano en casa de nuestra tía Elvira. Vivía a las afueras
de la comarca en una gran casa de los años veinte. Las rejas un poco oxidadas y
el gran portón de hierro forjado, dejaban ver muy poco el interior de la
residencia. Al llegar, mi madre aparco el coche, nos bajamos y mi madre toco la
campana que se hallaba junto al buzón, de la columna izquierda. Al instante el
portón se abrió gracias a un moderno mecanismo que tía Elvira había instalado,
hace poco. Entramos en el patio delantero del chalet, un camino de piedra con grandes rosales de
rosas negras, nacían a los extremos del camino, ante nosotros una grande y
antigua puerta de madera de nogal. Mi madre toco el timbre y una anciana de
aspecto cansado abrió despacio la puerta, sin duda era mi tía Elvira.
- Buenos días queridos, pasad, pasad…-dijo Elvira con una voz un
tanto apacible, tenía el pelo canoso, y quedaban pocos rastros de esos cabellos
rubios que poseía en su juventud, para sus setenta años era una anciana
bastante fuerte en salud, puesto que estaba totalmente sana, no era muy alta y
sus ojos era color aguamarina, y también tenía algunas arrugas de expresión.
El vestíbulo, era estrecho y no muy grande, había un viejo mueble con una gran espejo que a veces me daba hasta miedo pues a
su alrededor tenia representadas extrañas figuras, también un gran jarrón
chino, (que Elvira compró en uno de sus peculiares viajes por el mundo). Le
dimos mi hermano y yo los abrigos y ella los colgó en un perchero del
vestíbulo, y continuamos andando hacia el salón. Esa estancia era la más grande
de aquella casa, a su derecha había unas grandes escaleras, de madera, en
frente de los grandes y cómodos sofás color rojo oscuro, había una inmensa
chimenea, con grandes adornos…uno de cada lugar el cual había visitado, me
encantaba la casa de mi tía Elvira por este echo, toda su casa estaba repleta
de raros instrumento, graciosos adornos aunque he de reconocer que muchos de
ellos me aterraban por la noche. También había una mesita de cristal donde
siempre tomábamos la merienda, y una mesita auxiliar a lado de unos de los
sillones con una gran lámpara rusa. También había en el salón un gran piano de
cola negro. A veces Elvira nos tocaba una de sus composiciones. Que tanto
gustaba a mi hermano (ya que Elvira era su profesora de piano) el suelo del
salón lo recubría una gran alfombra que compro en su último viaje a palestina (hace 5 años).
Las cortinas de aquella habitación eran color rojo oscuro de terciopelo.
Dejamos las mochilas en un rincón y Alberto y yo nos sentamos, mi madre le dio
la muñeca a Elvira y se despidió
dándonos un beso, después se marcho.
-¡Que bonita es esta muñeca! Será mejor que la guarde antes de
nada. ¿Queréis algo de desayunar? –Nos pregunto Elvira.
-Ya hemos desayunado, gracias. –Dijo Alberto.
-Muy bien ahora vuelvo.
-¿Puedo practicar con el piano tía Elvira? -Le preguntó.
-Claro será un placer ver tus avances. -Dicho esto Elvira se fue
a la segunda planta y Alberto se dirigió al piano para tocar.
-Has mejorado mucho. –Le dije a mi hermano cuando éste empezó a
tocar.
-Sí.
Al bajar Elvira aplaudió a Alberto, y este de un salto se bajo
de la silla del piano.
-Sí es verdad que has mejorado.
-Y bueno, ¿qué os apetece hacer hoy? –Preguntó Elvira.
-Yo quiero escuchar más música, tía. –Comento Alberto.
-Sí, pero una más movida para que podamos bailar. –Propuse yo.
Muy bien, a ver, a ver… – decía mientras se acercaba a un mueble
del salón que estaba repleto de libros y abrió un cajón para sacar unas
partituras. –Ya sé. Venga.
Y empezó a tocar un precioso vals que ya había escuchado
anteriormente, y que a mi hermano y a mí nos gustaba bailar. Empezamos a
bailar, ni muy bien, pero tampoco tan mal, pues desde siempre nos habían
enseñado a bailar ese tipo de música. Aunque no era el que se llevaba en
aquella época. Y así nos pasamos toda la
mañana, hasta que llego la hora de almorzar, entonces cuando el reloj de
cuco anuncio las tres Elvira paro de tocar, y nos preparo la comida mientras
nosotros poníamos la mesa, en el comedor. Esta estancia era mucho menor en
tamaño que el salón, pero no por ello pequeña, tenía una larga mesa de madera,
y un mueble con toda la cubertería, y grandes botellas de vino y licores de
todas clases. Después de la riquísima comida, fueron la invernadero que Elvira
tenia tras la casa, era hermoso, estaba llena de plantas tropicales y
frecuentes en nuestro país, También tenía pequeñas fuentes que lo hacían
refrescar. Allí juguetearon con algunas plantas, mientras comentaban las nuevas
noticias en la familia. Hablando y hablando pasaron el rato hasta las seis, que
volvieron al salón, para que Alberto leyera algún libro mientras Elvira hacia
sus tareas en la casa, y mientras yo me disponía a dibujar.
Siempre que me quedaba en su casa me iba dormir a una habitación
al lado de otra que Elvira siempre cerraba bajo llave, pero esta vez quería ver
su interior, como ese día era el aniversario de mis padres, Alberto y yo nos
quedamos a dormir en casa de Elvira, esta era una gran oportunidad para mi de
ver el interior de aquella extraña habitación. Cuando la noche calló, y después
de que Elvira me arropara y me diera el beso de buenas noches, nos bendijo y
salio de mi habitación cojeaba un poco y andaba despacio, era una anciana con
mucha vida que en su juventud había vivido miles de aventuras y que cada día
que nos quedábamos en su casa nos contaba una historia, recuerdo débilmente una
de las historias que nos contó a mi y a mi hermano, un día de lluvia.
- ¿Sabéis por qué llueve? –Preguntó un día
lluvioso mientras Alberto y yo mirábamos por la ventana.
-Claro es porque el agua condensada en las nubes explota y el
agua se derrama sobre nosotros… -contesto Alberto.
-No, eso es lo que nos hacen creer siempre. –Y Elvira empezó a
contarnos una de sus historias.
« Un día mientras estaba en uno de mis viajes por el
occidente, descubrí un gran secreto y era el porque llueve. Me hallaba en la
gran sala del ministerio cuando vi que unos cuantos hombres andaban de acá para
allá muy alterados y sin que me viesen por el jaleo me colé en una extraña
habitación, estaba muy oscuro, pero en medio de la oscuridad una pequeña luz se
hacía en una espacie de pequeño jarrón invertido, dentro de éste unas pequeñas
gotas de agua resbalan en él. Entonces escuche que alguien se acercaba yo
rápidamente me escondí en la oscuridad y otros dos hombres muy trajeados
entraron con una pequeña luz verde, alumbraron al jarrón y lo levantaron. Uno
de ellos decía en voz alta -hoy debe de llover en Londres, pues todo esta muy
seco- y cogieron el jarrón, abrieron la ventan y esparcieron unas gotas,
después el otro hombre dijo en voz baja –Londres- y las gotas volaron hacía
Londres, al poco rato sobre asolo en esa ciudad una gran tormenta, ya que
después escuche la noticia en mi vieja radio. Entonces comprendí que es así
donde se dice cuando y donde debe llover ».
Yo alucinada por la historia aplaudí a Elvira. Después de ese
bonito recuerdo me levante despacio de mi cama. Mi habitación estaba totalmente
decorada como los viejos cuartos de los años 20, salvo algunas de mis
pertenecías que yo misma me había llevado, era una habitación muy sombría, en
la cual siempre, (verano e invierno) hacía frío. Me dirigí hacía la puerta, y con
sumo cuidado la abrí, crujió un poco al abrirse y despacio camine hacia la
habitación.
La casa era un tanto lúgubre por la noche, los grandes objetos
parecían figuras aterradoras y un mar de sombras impregnaba los largos
pasillos. Al fondo se hallaba aquella puerta -como la abriría- pensé pero
rápidamente me acorde que la llave siempre estaba guardada en una pequeña caja
de colores estampados que Elvira guardaba en su alcoba. Así pues, continué
primero hacia la habitación de ésta, abrí sigilosamente la puerta y me colé en
su habitación, la anciana dormía placidamente y yo sin que ella notase mi
presencia me moví hacia la cajita, la abrí y me fui como había llegado. Y otra
vez llegue frente aquella y vieja puerta y con la llave la abrí, aquella
habitación era asombrosamente aterradora. Estanterías y estanterías llenas de
muñecas de porcelana de todas las clases posibles, yo que les tenia tanto susto
me hallaba ahora en una habitación plagada de estas muñecas, con horror intente
salir rápidamente de la habitación, ya que las muñecas parecían estar
observándome, pero sin querer tropecé y
tire algunos de los muñecos que se hallaban en otra estantería que contenía
otro muñecos pero que no eran de porcelana, estos al caer originaron un gran
estrépito en el silencio de la noche, y Alberto y Elvira aparecieron de la
oscuridad.
-No ve ¡te los has cargado!-Exclamo mi hermano.
-A sido sin querer lo siento yo solo quería ver lo que había en
la habitación.
-¿no sabes que la curiosidad mato al gato? –Me preguntó Alberto
y en ese momento empecé a llorar.
-Venga no a pasado nada. –Se le escucho a decir a Elvira -Pero
debes de tener más cuidado si no quieres que estos muñecos se enfaden contigo.
-¿Enfadarse? -pregunte yo sin entender ni una palabra.
-Sí. Os contare la
historia pero después tendréis que ir a dormir.
«Cuenta una leyenda muy antigua, que unos muñecos, fueron
maldecidos con la vida»
- ¿Maldecidos? ¿Pero no es así mejor? –Preguntó Alberto.
-Sí, maldecidos dejadme que continúe, y ya lo veréis.
« Maldecidos con la vida pues ellos nunca
habían ansiado el vivir, ese deseo era rotundamente pedido por la otra clase de
muñecos, las muñecas de porcelana, que encerradas en un cuerpo de muñeca de
porcelana solo se limitaban a observar en enfurecidas la vida que ella tanto
ansiaban. Pero cuando ellas se enteraron de que los otros muñecos habían sido
obsequiados con la vida, ellas decidieron odiarlos por siempre y así los
muñecos en vez de disfrutar la vida, siempre anduvieron amargados por la eterna
lucha que tendrían con los otros muñecos de porcelana. Pero estás muñecas eran
más listas de lo que parecían, ya que
una de las muñecas se rompió a posta para que juguetero tuviese que
arreglarla, al hacerlo tuvo que usar otro material, y así también ella pudo
gozar de vida, pero no la uso para eso si no para maldecir a los otros muñecos,
los maldijo con una vida cruel, pues ella se propuso a hechizarlos para que las
muñecas de porcelana pudiesen controlar la mente de los demás muñecos cuando
estos tuvieran vida propia para hacerse con el control. Algunos muñecos luchan
contra la maldición de está muñeca pero no todos pueden, por eso si haces daño
a un muñeco ellas se vengaran de ti,
pero nadie a encontrado aún una solución para esto por eso yo las guardo con
llave en esa habitación por que allí no pueden hacer nada, pero lo peor es que
usan a los muñecos para que ellos sean los que hagan el mal y así, ellas
gobernar los muñecos cuando nosotros los humanos destruyamos a todos los de más
muñecos, ya que si tu ves que tu muñeco esta maldito lo normal es que te
deshagas de el, pero claro no sabiendo que son las muñecas de porcelana las que
son las verdaderas malhechoras »
-¡OH! -Exclame yo al terminar mi tía la historia- ¿Pero entonces
significa eso qué si aces daño a un muñeco este te lo ara a ti?
-Sí.
-Entonces ¿por qué no te desases de todas las muecas de
porcelanas? –Le preguntó esta vez mi hermano.
-Porque no son solo ellas…he dicho que no todos los muñecos se
dejan llevar por ellas, había uno que no el cual era el mas maligno de
todos, y que al igual que las muñecas
quería hacerse con todo, hacer el mal, a el no lo pueden controlar, para romper
la maldición ahí que destruir ese muñeco. –Me contesto Elvira.
- ¿Y qué muñeco es? –Pregunte otra vez yo muy intrigada.
-No se sabe pero la leyenda decía que era un gran payaso.
-Ohh, un payaso que típico. – Dijo Alberto sin creerse la
leyenda.
-Es solo una leyenda como ya he dicho. –Le dijo Elvira.
-Entonces ¿por qué encierras las muñecas? –Le volvió a preguntar
Alberto.
-Porque las leyendas siempre tienen algo de verdad, si tu
decides creerlas.
-Pues yo no, me voy a
dormir, aunque es una buena historia, tía. – y sonriendo se fue a su cuarto.
Después de que Elvira nos contara la historia me fui a dormir
otra vez, pero después de un rato una sensación invadió mi cuerpo. Tenía los
ojos fuertemente cerrados no quería abrirlos pues me aterrorizaba describir lo
que vería si lo hacia me llene de valentía y los abrí, pegué un estruendoso
grito, delante de mi, una figura grotesca: un gran muñeco, era un payaso, y
estaba justamente delante de mi, el miedo me dejaba el cuerpo paralizado y el
muñeco me miraba fijamente a los ojos, esa sensación, no podía describirla,
tenia tanto pánico, me hallaba sola en la habitación con el muñeco, el corazón
me latía tan fuertemente que creí que se me saldría del pecho, y él delante de
mi se acerco aún mas, congelada del miedo cerré los ojos una vez más, pero
notaba como la presencia del payaso estaba junto a mi, cada vez estaba más
cerca, entonces pegué otro fuerte grito y me desperté. Estaba sola en mi oscura
habitación, solté una carcajada nerviosa al ver que todo aquello había sido tan
solo una pesadilla.
Cada vez los pasos se acercaban mas a donde yo estaba y cada vez
mas mi respiración se agitaba esa sombra se hacía más grande conforme se
acercaba a mi asustada solo podía escuchar en el silencio los pasos y mi propia respiración y el corazón en mi
pecho palpitando fuertemente, de pronto un gato negro maulló y la sombra
apareció, no eras más que el gato, y los pasos eran los suyos que al andar
hacían que crujiera la madera del desván multiplicando el ruido por tres, el
gato salto hacia la ventana y sentado se quedo mirándome con los ojos abiertos,
aliviada suspire y recupere el ritmo normal de mi respiración, sin mirar más al
gato continúe mi paso.